No se ha
visto en la tierra un caballo más veloz que Rayo y, por eso, su dueño lo
apreciaba y lo cuidaba tanto, ya que cada semana Rayo participaba en carreras
en las que, al ganar, conseguía mucho dinero.
El dueño
del caballo en pocos años ya había amasado una pequeña fortuna, pero no se
cansaba, siempre quería más y el pobre Rayo cuando no estaba en carreras estaba
entrenando.
Y a él le fascinaba correr más que
cualquier otra cosa en el mundo, pero eso era demasiado, necesitaba unas
vacaciones y sabía que su dueño no se las daría de ninguna de las maneras.
Así que un día Rayo se decidió y,
mientras entrenaba, corrió velozmente hacia la valla y la saltó, y siguió
corriendo para alejarse del lugar, mientras oía como su dueño lo llamaba a
gritos, realmente enfadado.
Y Rayo corrió y corrió sin
descanso durante varios kilómetros, hasta que estuvo seguro de que su dueño no
lo seguía pero, para evitar que lo encontrara, atravesó al galope varios campos
y se internó en un pequeño bosquecillo.
Allí conoció a grandes amigos y,
por fin, pudo correr solo cuando realmente le apetecía, cuando no, podía estar
tumbado al sol, jugando con sus amigos o haciendo cualquier otra cosa, pero lo
había conseguido, al fin era libre y su dueño, por avaricioso, se quedó sin
Rayo, sin más trofeos y sin más dinero.
¿ Quieres colorear a Rayo?
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