Desde
que era muy pequeño, Rudolf se había convertido en buscador de cosas, su olfato
era mucho más prodigioso que cualquier perro con mejor olfato. Cuando a sus dueños se les perdía algo, solo tenían que
decírselo a Rudolf, que él en cuestión de minutos se encargaba de localizarlo.
Era
fantástico, pues también ayudaba a su madre a buscar los huesos que enterraban
en el jardín, así como a los animales de las cercanías, que venían en numerosas
ocasiones solicitando ayuda.
Un día,
los dueños de Rudolf lo llevaron al parque a jugar con el hijo pequeño de sus
dueño. Ya en
el parque, los dueños de Rudolf se sentaron en un banco, mientras que el perro
comenzó a jugar a la pelota con el niño. El niño la tiraba con todas las
fuerzas que tenía, y Rudolf se encargaba de correr a buscarla para traérsela y
repetir otra vez el proceso.
El
pequeño había lanzado la pelota ya más de veinte veces cuando, en uno de los
lanzamientos, la pelota se internó entre los árboles del bosque que había junto
al parque y Rudolf no se movió, le daba miedo alejarse tanto, por lo que el
niño fue en busca de su pelota.
El
cachorro esperaba impaciente su regreso para seguir jugando, pero pasó un largo
rato en el que el niño no aparecía. Los dueños de Rudolf se acercaron a él,
alarmados por la ausencia de su hijo, y el perrito, asustado con la posibilidad de no volver a ver a su amigo se metió corriendo en
el bosque. Seguía el rastro del
pequeño, pero los olores del bosque eran muchos y nuevos, y le costaba
concentrarse.
Ya no
oía a sus dueños detrás de él, seguramente se habían quedado atrás, así que por
primera vez en su vida, Rudolf estaba solo y tenía que encontrar al niño antes
de que el sol se escondiera.
Dio
vueltas y vueltas hasta que se dio cuenta de que se había perdido y, mientras
lloraba, el niño llegó corriendo hacia él y lo abrazó con cariño. Rudolf estaba
inmensamente feliz, lamió la mejilla del niño y se decidió a encontrar la
salida.
Y así
lo hizo, tras dar algunas vueltas dentro del bosque sin perder de vista al
niño, llegaron al parque, donde los dueños los esperaban con los brazos
abiertos. Abrazaron al pequeño y a Rudolf, volvieron a casa y premiaron al gran
cachorro buscador con un hueso enorme.
¿ Que te parece si coloreamos a Rudolf y su premio?
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